En este 11º domingo del Tiempo Ordinario, nos encontramos con tres textos que nos hablan sobre la fe y la relación entre Dios y el mundo. La lectura profética de Ezequiel nos muestra cómo Dios es el Dios de la naturaleza y del hombre, capaz de hacer crecer y florecer lo que es débil y frágil. El pasaje nos recuerda que Dios es el que da vida y fortaleza a los seres vivos.
En la Epístola a los Corintios, Pablo nos invita a reflexionar sobre la relación entre la vida cristiana y el mundo. Los cristianos somos los templos de Dios en el mundo (2 Corintios 5, 6-10), y como tales, debemos vivir como Cristo vivió. Nuestra fe debe ser un testimonio para los demás, un reflejo de la gloria de Dios en medio de una sociedad que a menudo no lo conoce o no lo comprende.
En el Evangelio de Marcos, Jesús nos enseña sobre la importancia de tener una fe que confía en Dios. La parábola del grano de mostaza (Marcos 4, 26-34) nos muestra cómo la fe puede crecer y multiplicarse, pero solo si se nos entrega a Dios y confiamos en su amor y sabiduría. La fe no es una acción humana, sino un don divino que nos permite conocer y amar a Dios.
En este día dominical, reflexionemos sobre nuestra fe y cómo podemos manifestarla en nuestras vidas. ¿Cómo podemos ser «templos de Dios» en el mundo? ¿Cómo podemos crecer en nuestra fe y ser testigos de Cristo en medio de una sociedad secularizada? ¿Cómo podemos confiar en Dios y dejar que él trabajé en nosotros para hacer fructificar su grano de mostaza en nuestros corazones?