Biografía de San Antonio María Claret
Los Primeros Años de Antonio María Claret
Antonio María Claret nació el 23 de diciembre de 1807 en Sallent, Barcelona, en una familia profundamente cristiana dedicada a la fabricación textil. Fue el quinto de once hermanos, aunque cinco de ellos murieron antes de los cinco años. Desde su nacimiento, vivió en un ambiente marcado por el ruido de los telares y la inestabilidad debido a la invasión francesa y la Guerra de Independencia. A pesar de las adversidades, su fe se fortaleció, encontrando consuelo en Jesús y en la devoción a la Virgen María, a quien visitaba en la ermita de Fussimanya. Desde los cinco años, Claret ya mostraba un deseo de ayudar a los demás y una inquietud por el destino eterno de las almas.
A los doce años, sintió la vocación para ser sacerdote y comenzó a estudiar latín, pero debido al cierre de la escuela, tuvo que trabajar en el telar familiar. A los 17 años, fue enviado a Barcelona para especializarse en el arte textil, sumergiéndose en el boom industrial de la época. Su dedicación al trabajo fue tan intensa que casi olvida su vocación religiosa, aunque continuó asistiendo a misa y rezando el rosario. A pesar de este aparente alejamiento de su llamado inicial, la providencia divina seguía guiando su vida hacia el cumplimiento de su destino como sacerdote y fundador de la Congregación de los Misioneros Hijos del Inmaculado Corazón de María.
La Vocación Misionera de Antonio María Claret
El joven Antonio María Claret, enfrentado a las tentaciones y desilusiones en Barcelona, como la traición de un amigo, el acoso de una mujer y el peligro de morir ahogado encuentra refugio en la Virgen María y en la Palabra de Dios. Profundamente impactado por el versículo “¿De qué le sirve a uno ganar todo el mundo si al final pierde su vida?” (Mt 16, 26), rechaza las ofertas de éxito material y decide ingresar al seminario de Vic para seguir su vocación religiosa. A pesar de su deseo de convertirse en monje cartujo, una enfermedad lo obliga a abandonar este plan y continuar sus estudios en Vic, donde sufre tentaciones que refuerzan su determinación de servir como misionero. Ordenado sacerdote en 1835, Claret siente el llamado de Dios a evangelizar más allá de su parroquia, especialmente en un contexto político convulso en Cataluña. Tras un viaje a Roma y un intento fallido de ingresar en la Compañía de Jesús debido a una enfermedad, su superior jesuita le confirma que su misión está en España. Esta experiencia reafirma su compromiso con la evangelización y lo prepara para su futura labor misionera, siguiendo el plan divino.
Arzobispo de Santiago de Cuba y Reformador Social
Antonio María Claret, tras fundar la Congregación de los Misioneros Hijos del Inmaculado Corazón de María en 1849, fue nombrado arzobispo de Santiago de Cuba en 1850, a pesar de su resistencia inicial. En Cuba, se enfrentó a una situación social y moral deplorable, con esclavitud, inmoralidad y una creciente descristianización. Claret adoptó una misión de renovación espiritual y pastoral, recorriendo su extensa diócesis tres veces en seis años. Promovió campañas misioneras, renovó el clero, fundó comunidades religiosas y se enfocó en la educación y el bienestar social. Trajo a la isla a los Escolapios, Jesuitas y las Hijas de la Caridad, y fundó, junto con Antonia París, las Religiosas de María Inmaculada Misioneras Claretianas en 1855.
Claret también luchó contra la esclavitud, creó una Granja-escuela para niños pobres, estableció una Caja de Ahorros de carácter social, fundó bibliotecas populares y escribió sobre agricultura. Su intensa labor lo llevó a enfrentar persecuciones, calumnias y atentados, incluyendo uno en Holguín en 1856 que casi le costó la vida, pero que él consideró un martirio por Cristo. A lo largo de su episcopado, Claret se mantuvo fiel a su vocación misionera, dedicándose incansablemente al servicio de Dios y los más necesitados.
Confesor Real y apóstol en Madrid y España
En 1857, Antonio María Claret fue designado Confesor de la Reina Isabel II y se trasladó a Madrid, donde experimentó una profunda madurez humana, espiritual y apostólica. Aunque su rol en la Corte implicaba visitas semanales para confesar a la familia real y educar a los futuros miembros de la familia, Claret vivió austera y modestamente. A pesar de sus responsabilidades en el palacio, mantuvo una intensa actividad apostólica en la ciudad: predicaba, confesaba, escribía, y visitaba cárceles y hospitales, aprovechando los viajes con la Reina para predicar por toda España.
En 1859, fue nombrado Protector de la iglesia y del hospital de Montserrat, así como Presidente del monasterio de El Escorial. Su gestión fue notable por la restauración del edificio, la recuperación de tierras productivas, y el establecimiento de una corporación de capellanes, un seminario interdiocesano, un colegio y los primeros cursos de una universidad. Se preocupó por la formación de obispos y el impulso de la vida consagrada, influyendo en fundadores y regulando congregaciones religiosas nuevas.
A pesar de su neutralidad política, Claret enfrentó enemistades y calumnias. Su profunda unión con Jesucristo se evidenció en la gracia de conservación de las especies sacramentales en 1861.
El Exilio, Padre en el Concilio Vaticano I y el Final
Después de predicar en París y Roma, Antonio María Claret, enfermo y perseguido, se dirige hacia su final en el exilio, siguiendo el camino pascual de su Señor. Tras la revolución de septiembre de 1868, se exilia con la Reina y en París continúa su ministerio con la familia real, funda las Conferencias de la Sagrada Familia y realiza actividades apostólicas para inmigrantes. En abril de 1869, se despide de la familia real y viaja a Roma para participar en el Concilio Vaticano I, defendiendo apasionadamente la infalibilidad papal. Su salud deteriorada, se traslada a Prades, Francia, donde sus perseguidores intentan arrestarlo. Obligado a huir, se refugia en el monasterio de Fontfroide, cerca de Narbona, donde muere el 24 de octubre de 1870 a los 62 años. En 1897, sus restos son trasladados a Vic. Fue beatificado por Pío XI en 1934 y canonizado por Pío XII en 1950.